Recuerdo como si fuera ayer mismo aquellas noches de verano en las que tumbados mirábamos fijamente las estrellas cogidos de la mano. Con la sensación de que el tiempo se había parado para nosotros, como pasa en los momentos inolvidables, que en el instante en el que suceden no son transcendentes, pero que a medida que los años pasan, nos damos cuenta de cuán especial fueron.
Era el suave tacto de tu mano acariciando la mía, el olor de tu pelo que jugueteaba sobre mi hombro, la maravillosa visión del cielo nocturno plasmado sobre tus ojos, el sabor de tus húmedos labios sobre los míos y el sonido de tus “te quiero” al oído en medio de la noche profunda lo que hace que aún hoy se desborden mis cinco sentidos con lo que vivimos en ese instante que se hace eterno.
Todas esas sensaciones recorren mi interior mientras en este instante en el que mi mano juega con la tuya, que ya sin fuerzas que la acompañen hace notable que el calor de tu cuerpo se va evaporando, al mismo tiempo que lanzas ese último suspiro.
Tus dedos ya no se entrelazarán con los míos, ni tu olor no se quedará impregnado entre mis ropas. Tus ojos no reflejarán más que el triste vacío, ni tus labios bañarán los míos de nuevo. De tu boca jamás saldrá un último “te quiero”.
Sin embargo, puedo asegurarte que esta sensación que hoy llena y colapsa mis sentidos me seguirá acompañando el resto de mis días hasta que volvamos a estar juntos, tumbados, como hacíamos en aquellas noches de verano… pero esta vez no volverás a escapar de mi lado.
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